Representación por las calles

Las disposiciones canónicas y la práctica consuetudinaria establecen que los Vía Crucis deben representarse en Viernes Santo. con la estructura de las representaciones teatrales litúrgicas medievales y que constituye un rasgo característico y diferencial de la Procesión de Verges.

En el transcurso del itinerario ocurren algunas escenas de gran fuerza dramática, como las tres caídas que sufrirá Jesús camino del Calvario. La presencia de estos cuadros dialogados enmarcados en un séquito procesional puede considerarse un hecho excepcional, elemento que otorga un carácter único a la Procesión de Verges, que va más allá de un desfile piadoso convencional. La primera caída tiene lugar en la Placeta del 1 de Octubre.

La Primera Caída

Aquí Jesús abre el milagro de devolver la vista a un peregrino ciego, personaje que se incorpora al encabezamiento del cortejo, justo después de los apóstoles, interpelando al público con unos versos muy característicos.

Después tienen lugar otras dos escenas: la de las Tres Marías, cuando la Virgen María, viendo a su hijo tan maltratado, se abalanza hacia él y mantiene un breve y emotivo diálogo; y la de Verónica, que caritativamente se acerca a secar la cara de Jesús y la imagen del rostro del Mesías queda grabada en el lienzo que había utilizado.

La Segunda Caída

La segunda caída tiene lugar a medio recorrido, en la plaza 11 de septiembre, donde se representa la escena de las Hijas de Jerusalén o, como se dice popularmente, “las plañideras”, cuatro jóvenes que no pueden contener las lágrimas ante el sufrimiento de Jesús. Aquí mismo se producirá la escena en la que Simón de Cirene, el Cireneo, movido por la compasión, cargará sobre sus hombros la cruz que llevaba a Jesús.

La tercera caída ocurre antes de iniciar el tramo final del recorrido. Un Jesús exhausto y lastimosamente lacerado recita un conmovedor verso en la que es sin duda una de las escenas más dramáticas de la Procesión.

Como colofón final del recorrido procesional, la Danza de la Muerte entra en la iglesia parroquial danzante y, en medio de un silencio atronador, hace reverencia ante el Santísimo que está situado en una capilla lateral. Es, sin duda, uno de los momentos con mayor carga simbólica de la fiesta.